miércoles, 5 de octubre de 2011

Acompañando y renaciendo

A muchos les pudo haber tocado bandas tradicionales y no tradicionales como música de cuna. Varios, seguramente, creen tener la suerte de haber crecido con un primer grupo como precursor de un amor a la música. Para la suerte de algunos Tears for Fears cumple el caso a toda costa. Los primeros videos del grupo rondaban en un VHS por la casa, con los de Genesis y Michael Jackson, convirtiéndose en la entretención de ponerles play, rebobinarlos y verlos una y otra vez. Del compilado de Tears Roll Down de los ingleses, la emoción de ver una muralla abriendo los ojos mientras pasaba un avión era inexplicablemente inentendible. La potente y singular voz de Roland Orzabal –medio raspada- entregaba una canción -Sowing the Seeds of Love- que hacía saltar en la cama. Los cambios de ritmo y voces, con su compañero Curt Smith, mantenían los ritmos pegotes en la casa, cantando los clásicos durante todo el día, y tentándonos a escuchar –hasta de jingle de radio- Shout, Head Over Heals o Mad World, sin cansarse. Todo instalado con una inocencia infantil de no entender ni jota de la lengua inglesa e inventar palabras. Imágenes que marcaron una vida como personajes, con unos peinados de moicano enormes, y gestos de baile muy innovadores. Costumbres que uno solía llevar al colegio y no muchas veces compartía porque se encontraba con otras esencias musicales o con compañeros que simplemente no les gustaba la música del todo.
Luego del anuncio de su visita para este 30 de septiembre, los tiempos comenzaban a enredarse. Si bien, la popularidad de Tears for Fears pasea por un promedio de 50 años –o al menos, así se podía estimar en el público del Movistar Arena-, mis 20 años comenzaron a darse cuenta de lo que había sucedido para atrás. Dejando los clicherismos, y poniéndose serio, uno podría notar cómo hay distintos aspectos específicos de la infancia que lo acompañan en el crecimiento y siempre van a influir de alguna manera en el actuar: considerando que todo sirve de cultura y educación. Y la primera vez que se siintió un acompañante fue alrededor de estos meses. Con una entrada o papel que, como material, indicaba poder acercarse, y ver en escenario, a la compañera música, ejemplificada en Tears For Fears. Con todo ese revuelo, esa noche en el Parque O’Higgins comenzaba por ser extraña al ver cómo han avanzado las cosas, de manera física, en los músicos que demuestran el paso de los años en comparación a las imágenes del VHS (sin embargo, el talento musical se mantiene de manera impresionante), y al notar cómo las cosas las vemos pasar por delante de nosotros sin siquiera estacionarlas un poco y fijarse cómo nos han hecho crecer en el tiempo. En este caso, la música fue quien se responsabilizó de ser la típica foto, pero transformada en un hecho abstracto para recordar momentos familiares, amistades, juegos de plazas, paseos, entre otros.
Luego de una interacción muy activa con el público, Orzabal comentaba que la última vez que había visitado Chile, en calidad de solista, fue hace 15 años. Lo que permitió que, junto a Smith, visitando por primera vez el país, se presentaran casi todos los hits. Sin la ausencia de Everybody Wants to Rule the World, continuada por Change, Woman in Chains, Advice to the Young At Heart y Shout, entre otras, hubo una mezcla mágica, que no pudo haber influido más en poner la piel de gallina para volver a estar en una pieza jugando con el Personal Stereo, con interpretaciones lentas de Billie Jean (Michael Jackson) y Let em in’ (Paul McCartney).
La intensidad fue tan grande, que hasta sirvió para al fin traducir algunas de las palabras inventadas –de la infancia-, y darse cuenta de las letras pacíficas, en búsqueda del amor humano, que crecieron con uno y que se promueven por un grupo realmente histórico e inolvidable.


Escrito por Pablo Álvarez Y. y Miguel Malermo P.

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