lunes, 26 de septiembre de 2011

El declive de interés por los Dioses del ayer.


Hace un par de días, vi cómo los numerosos afiches y avisos del concierto de Eric Clapton en Chile cambiaban parte de su información: el imponente título de “Estadio Nacional” ahora se veía reemplazado por la percha “Movistar Arena”.
Más que sorpresa, sentí cierta desilusión. Nuevamente un coloso histórico del blues y el rock pasaba a ocupar un segundo plano en materia de conciertos en Chile (bajo la excusa de "dificultades de ténicas de producción").

¿Cómo iba a sorprenderme? En el 2010 B.B King ya llevaba una baja venta de entradas antes de que su concierto, fechado para el 27 de marzo en el estadio Caupolicán, se viese cancelado a causa del terremoto ocurrido un mes antes.
Meses después, ni los abundantes avisos de Jeff Beck en el metro capitalino lograron llenar el Caupolicán el 30 de noviembre.

Entonces… ¿Qué sucede con los chilenos?
Más allá del precio de las entradas, muchos podrán decir que B.B King ya no se desgasta en la comodidad de su asiento como lo hacía antes o que Jeff Beck, en su afán de perfeccionar su técnica sustentada en la palanca, se alejó de las raíces bluseras que lo llevaron a triunfar con los Yardbirds.
Respecto de Eric Clapton, podrán decir que ya no está en el momento de sus visitas anteriores (giras 24 Nights y One More Car, One More Rider) o que el nuevo disco es un disco para viejos.

Ahí es cuando entró en la conclusión de que, aparentemente, la música no es tan atemporal como siempre pensé que era. Los Dioses de la guitarra que tuvieron su auge en el pasado hoy no tienen igual repercusión, y da pena pensar, por ejemplo, en qué concurrencia habría tenido un concierto de Stevie Ray Vaughan de estar vivo en la actualidad.

Eric Clapton es sin duda un Dios de la guitarra.
Su trayectoria en The Yardbirds, John Mayall and the bluesbreakers, Cream, Blind Faith, Derek and The Dominoes y su extensa trayectoria como solista lo constatan.  Escribía en su guitarra “LORD ERIC” cuando aún no sabía tocar y presenció cómo esto se transformaba en un emblemático graffiti de “CLAPTON IS GOD”.

Esperemos que este 16 de octubre nos ofrezca un espacio de intimidad donde Clapton demuestre que, a pesar del cansancio que le generan las giras, el tacto del Slowhand con su Stratocaster es una expresión de emotividad inigualable.


Escrito por Pablo Álvarez Y.  y Miguel Malermo P.

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